Giramos la cabeza y emitimos un suspiro.

La chica que iba de mi mano era un mar en calma,
y la otra, la que nos miraba en la distancia era un destello lunar sobre las rocas.

Yo sabía que mi destino podría entretejerse para siempre con cualquiera de ellas,
sin embargo, Cassie apretaba mi mano fuerte, tan fuerte que yo no conseguía oír mis propios latidos.

Esa tarde calurosa se deshizo entre murmullos de corazón cobarde.
Ni si quiera logré capturar ni un atisbo del sonido que marcabas.
Creo que esta muralla que nos construímos adrede para alejarnos por fin había surtido efecto.

El viento se llevó tu aroma y los ecos de tu risa, y me arrebató las ganas que tenía siempre de mirarte. Es como si, en algun momento del camino una parte de mi se hubiera desprendido a la fuerza, para siempre (por la pena de no poder cobijarse en tu regazo) y la muralla caprichosa me impidiera discernir tus suaves curvas por mi imaginación.

¿Qué nos queda, Aless?
Yo sé que todo fue como tenía que ir, y que quizá una vida paralela nos consiga un pedacito de cielo propio, con nuestras iniciales escritas. Contigo tan preciosa, y mi nombre inventado. Con tus sueños y los míos caminando de la mano. Y quizá algún día descubramos nuestros ojos en los ojos de una pareja de niños riendo juntos. Y sonríamos, cada uno por su lado, en horizontes separados,
como aquellas excasas veces en las que tus circunstancias se ponían de acuerdo con las mías, y, sin saberlo, coincidíamos en un mar de constelaciones.

Buenos tiempos que se pegaron a los bordes de mis retinas. Y ahora mis ojos, que no te ven, por lo menos, tienen el libre derecho de brillar al recordarte.

Perdóname por no ser nunca el personaje valiente que esperabas.
Y que sepas, que el rojo te sienta demasiado bien.

Y que nunca dejas de pasear desnuda entre mis sueños.