Es como si el mundo entero al verle hiciese ¡BANG!

Mi cuerpo ha comenzado a temblar. Casi tanto como mi impaciencia. Se ha colado algo dentro de mi que no me deja reaccionar como quisiera. Me tiembla la voz al cantar estrofas que suenan a un recuerdo que teme ser perdido.

He sacado un cigarrillo y lo prendo y pienso, joder, tiene los ojos más electrizantes que he visto en mi vida,
y los pasea sin cuidado por los bordes de mi falda.
Qué imprudente.

He vuelto al escenario del crimen con la sonrisa grapada en la cara. He procurado no temblar cuando ha dicho mi nombre en mitad de un estallido de color.
Y me ha dejado ganar la partida de cartas.

Ahora soy yo la que dobla los naipes del destino, estoy segura que podría evaporarme en este mismo momento si no estuviera disfrutándolo como una loca.

Me pregunto si es correcto el color de esta luna medio llena, si su brillo pretencioso está nublando mis latidos. ¿¡Qué es eso que se esconde entre crisálidas!? No puedo ver nada más allá de sus pupilas. Ni quiero.

Aún recuerdo el eco de sus aleteos nerviosos al cruzarnos por los corredores de la Universidad.
O el primer día que me desnudó con la mirada.
Quise fundirme con las paredes bajo su contacto.
Quise que me apretara fuerte, muy fuerte contra los bordes de su cuerpo.
Quise robarle un grito de placer.
Quise despertarme dormida entre sus aleteos nerviosos.
Quise. Quiero. Querré.

Es fascinante.
Pasarán los siglos, eones, décadas, vidas y destinos y esta increíble incoherencia seguirá siendo la más exquisita delicia que mi paladar haya podido discernir entre gemidos suaves.
Delirios de ciencia ficción.

Tu boca y la mía pidiendo clemencia.
Pidiendo devorarse hasta el fin.