No sé escribir, solo me quito la armadura.

Cuando era niña invertía horas y horas inventando mil historias, de princesas y otros cuentos que anhelara mi memoria. Imaginaba un millón de situaciones y de norias, y de cuentos que contasen cienmil formas de encontrarte.

Mi imaginación era infinita. Mis recursos increíbles. Arrastraba conmigo a cualquiera que quisiera perderse un ratito en fantasías de una niña, enamorada de la vida y de los sueños.
Que hoy en día sigue igual,
y pocos logran comprender el significado de sus ojos, y como su mayor meta era volar.

Cuando era niña recreaba universos paralelos y buscaba en otros sitios maravillas, algo que me pudiera emocionar.
Aquello que me interesaba era difícil de encontrar, se escondía entre mis dedos, haciendo el camino largo, travesías infinitas que desembocaban en el mismo sueño frágil.

Y saber que todo el camino recorrido, los fracasos, alegrías, las injusticias, la mentira, hipocresía, malos sueños, y los buenos, y los muy buenos y las horas, los minutos, y los días que he pasado todo aquello ha conseguido llevarme a mi destino. Que eres tú.

Resulta fácil cubrirse de sonrisas satisfechas, de miradas cómplices, de latidos de corazón al compás.

Ahora la niña ríe fuerte, y las paredes tiemblan. Y se entristecen los parques y los árboles que la vieron crecer, sabiendo que no volverá entre ellos a perderse buscando algo. Pues ya lo ha encontrado.

Ya lo ha encontrado.