Tengo dieciocho años. Y estoy jugando al amor.

En penumbra, a plena luz del día en la noche de nuestros besos.
Sus caricias por mi cintura atenuando el rítmo acelerado de mis pulsaciones caprichosas.

Con capricho de él.

Y mis manos recorriendo su espalda a fuego lento, trazando horizontes en los pliegues de su cuello y en su pecho, perdiéndose después en en el abismo del silencio, roto por nuestras respiraciones en plena sinfonía melancólica.

Y es que cada vez que nos vemos sonamos a melancolía.

Nuestras voces conectando, nuestra alma gritándonos que acortemos distancias y demos paso a la jauría de besos desmedidos.

Lo que no nos decimos es que nos queremos. Pero eso ya lo sabemos.
Nos queremos hoy.
Aquí y ahora.

Nos necesitamos como cielo y tierra aire y aliento.
Nieve y escarcha sobre dos corazones heridos, que se juntan sin miedo. Para después volverse a separar. (Llegando aquí mi única pega...)

Trazo así serpientes por su clavícula, mordiendo suavemente el cielo de su cuello. Parando fugazmente solo para mirar sus ojos verdes, sonriendo(me) otra vez.
Como la primera vez que brillaron para mí, hace cinco años.
Cuando le conocí.

Son fracciones de segundo, pero aveces, parece que gritan en susurros:
" Quiéreme "

Y en verdad quiero querer.
No he olvidado como hacerlo.
Lo que he olvidado sólamente es,
como sonaba,
el susurro de un te quiero...

Así que dímelo.

Tú primero.

~ Las promesas duran poco,

como los besos de dos amantes de fin de semana.

Yo quiero besos largos,

que se tiñan de la esencia del "nosotros"

día a día...