Debería estar prohibido enamorarse.

Él no me dice adiós, me dice "ciao"

Y suena tal dulce.

Que me le comería aún más que antes.
No sé que fue lo que me enamoró de él. Aún no lo entiendo.

Qué será será.
Que estaría meses escuchándole hablar sin si quiera pestañear por miedo a perderme un segundo el enfoque de sus ojos oscuros.

Por cierto, ¿es posible que unos ojos oscuros brillen tanto?

Me tiene encandilada.

Muero si me toca.

Y no lo sabe, joder.

No sabe nada.

Él no sabe, no se hace ni una remota,

mínima,

infinésima

idea de como muero por su boca.

Y ahí estoy yo otra vez.

Sentada justo a su izquierda.

Es el último día de clase.

Han pasado muy rápido, demasiado diría yo. Cuando tienes a la persona que te hace cambiar de constelación cada dos minutos justo a tu derecha no piensas demasiado en si estás escuchando un tostón filosófico a las nueve de la mañana, o en si las integrales y derivadas acabarán por salírsete del cuaderno donde las escribes mientras te distraes hablando con él.

Y joder, él no sabe nada. ¿Sabes?

Y te estás desesperando, porque es la primera vez que tienes que... oh dios mío, me da vergüenza hasta decirlo, CONFESARTE.

Así que aquí me encuentro, a semana y poco de selectividad, con la mente en otra parte. Y qué parte señores, por esa voz profunda y esas manos largas cierta rubia subiría de un salto al desierto del Gobi, a traer en un cofre de diez llaves pedacitos de arena, uno por cada vez que piensa en él.

Y se quedaría corta.

Si bien, hace días que no escribo algo decente por la causa del susodicho muchacho de los ojos oscuros. Charlie. Ya sabéis.

Siempre Charlie...

Debería estar prohibido enamorarse.

Es estúpido, incluso para mí.

(Pero soy adicta al amor de tragicomedia...)

Y si miras bien a tu alrededor a lo mejor te sorprendes de lo que podrías encontrar.
- Vaya, ¿cómo lo sabes?

- Es que yo...siempre te miro.